CRÓNICA
La tragedia del capitán Claros
Detrás del atentado que destruyó la estación de Policía de Orito, Putumayo, el 30 de diciembre, hay una historia humana desgarradora. Claudia Morales, de SEMANA, habló con su protagonista.
Hasta un segundo antes de las ocho y treinta en punto de la noche del pasado 30 de diciembre, el capitán José Alejandro Claros era un hombre completamente feliz: no solo acababa de recibir su primer comando, después de 13 años en la Policía, sino que su mujer lo había convencido de pasar con ella y sus dos hijos pequeños el año nuevo de 2011, en su nuevo destino. Entonces, una explosión sacudió la población de Orito y le cambió su vida para siempre.
"Todavía no he despertado. Todavía no entiendo nada. Todo fue tan rápido, verlos vivos y después nada". Así habló el capitán Claros reponiéndose de sus heridas dos semanas después, junto con Andrés Felipe, su hijo de 4 años, quien, como él, sobrevivió milagrosamente al atentado de la noche del 30 de diciembre contra la estación de Policía de ese pueblo petrolero del Putumayo, en el que perdieron la vida su esposa, Leidy Milena, y su segundo hijo, Juanito, de 8 meses de nacido.
Claros había entrado a la Policía en 1999, a los 20 años, en Pitalito, el pueblo del Huila donde creció con tres hermanos y unos padres que han dedicado su vida al cultivo de cacao. "Cuando uno trabaja en el campo valora la tierra y lo que Dios nos da. Pero cuando fui creciendo supe que quería dedicarme a otras cosas", cuenta.
Las historias que le contaba su papá sobre los años en que fue agente de la Policía, terminaron por decidirlo. En 2001, a los 23 años, ya se había graduado de la Escuela de Oficiales, con el grado de subteniente, y estaba en Caquetá, en plena zona de distensión. Dos años después, llegó a los Escuadrones Móviles de Carabineros (Emcar), primero en Cauca y luego en Cesar, donde le tocó la desmovilización de los paramilitares de Jorge 40. Un día de 2007, durante un permiso de descanso, conoció en Pitalito a Leidy Milena Barrios, profesora de Matemáticas y Física en el pueblo cercano de Timaná, y se enamoró. "Me sentía tan bien con ella que un día dije: 'esta es la mujer con la que me quiero casar'". Así lo hicieron, seis meses después, y muy pronto nació Andrés Felipe.
La nueva vida en familia tuvo su impacto para el oficial. Tan solo cada cuatro meses, aproximadamente, podía ir a su casa a visitarlos y eso lo llenaba de una profunda desesperanza. "Sabiendo que tenía una esposa y un bebé para mí era muy duro; ya no me aguantaba la soledad". En agosto de 2007 redactó una carta de retiro. Por esas cosas del destino, quien primero se enteró de su decisión de abandonar las filas fue el general Rafael Parra, hasta 2011 subdirector de la Policía Nacional, quien había sido su jefe en Caquetá y lo conocía muy bien. "Él me motivó, me dio mucha moral, me hizo reconocer que realmente me gustaba mucho la Policía", cuenta Claros. Luego de conversar con el general cambió de parecer y decidió seguir.
En 2009 lo trasladaron a Putumayo, donde sirvió en varios destinos, en Mocoa, La Hormiga y Sibundoy. En mayo de 2011 nació Juan José, Juanito, su segundo hijo, y en diciembre recibió dos noticias muy importantes: el 29 de diciembre debía asumir su primer comando, en Orito, y hasta entonces, tenía 20 días de descanso. Podía pasar Navidad con su familia y, por primera vez en su carrera, estaría al frente de una estación de Policía
Claros empacó rápidamente su maleta y arrancó en su Mazda negro para Pitalito con la cabeza llena de planes para la Navidad con Leidy y los niños. Estaba decidido que, al terminar el descanso, viajaría solo a Orito y que, como les toca a tantos hombres de la fuerza pública, recibiría el año nuevo con sus hombres, no con su familia. Pero tuvo una conversación que le hizo cambiar los planes.
"Leidy me dijo que no quería dejarme solo el fin de año", cuenta José Alejandro. "Yo no me quiero quedar sola el 31, yo aquí y usted por allá. Así sea dos horas para comer en familia pero lo que quiero es que estemos juntos", recuerda que ella le dijo, reconociendo que no tuvo que hacer mucho esfuerzo para convencerlo de llevarlos a todos a Orito.
El 29 de diciembre muy temprano viajaron juntos al nuevo destino del capitán. Pasaron la noche en un hotel pequeño y, al día siguiente, él se uniformó y se fue a la estación de Policía y ella salió a caminar por el pueblo con los dos niños. "Le di 150.000 pesos para que comprara un vestido y unos zapatos que le habían gustado".
Cerca de las ocho de la noche, Leidy llegó a la estación con los dos niños para preguntarle al oficial si se demoraría mucho o si se iban juntos a descansar al hotel. Claros estaba esperando una comunicación del comandante del Departamento y le dijo que lo esperaran en la oficina designada para él. Cuando los dejó brevemente para atender su comunicación, Leidy tenía a Juan José en los brazos y Felipe jugaba cerca de un escritorio.
El capitán Claros no recuerda nada, ni siquiera el estampido de la explosión que destruyó la estación de Policía -al parecer, un explosivo lanzado por miembros del frente 48 de las Farc, según la Policía-. En un momento estaba hablando por radio con su superior. Al momento siguiente, sin saber si habían pasado minutos u horas, despertó bajo una pila de escombros. Arriba se oían pasos. Abajo, él lloraba, preguntándose si su mujer y sus hijos estaban vivos. Lo sacaron de entre los cascotes bañado en sangre, lleno de esquirlas, con un tímpano destruido y una pierna severamente afectada y lo llevaron en helicóptero al hospital de Puerto Asís. Allí estaba Andrés Felipe, con su cuerpecito magullado y sangrante por las esquirlas, pero, como él, vivo de milagro. Allí se enteró de que nunca más volvería a ver a Leidy Milena y Juanito, que recibieron de lleno el impacto de la explosión.
Tres semanas después, el capitán y su hijo, dados de alta, aún exhiben en sus cuerpos las huellas del atentado y la memoria brutal de lo ocurrido. "Todo era de color rojo y una cosa me tiró al suelo tan duro que mis chanclitas salieron volando", recuerda el pequeño de 4 años. Su padre, por su parte, se bate con las dudas del niño sobre su mamá y su hermanito. "Papi, si mi mamá y Juanito están en el cielo, ¿podemos llamarlos por celular?", es una de las preguntas a las que el oficial se ve obligado a responder con un nudo en la garganta.
Después de la explosión que cambió por entero su destino, el capitán José Alejandro Claros sabe que su vida no será nunca la misma. Está decidido a seguir en la Policía, con el apego que siente por la institución y por la esperanza de que algún día termine el conflicto armado en Colombia. "Si las Farc tuvieran a alguien con un poquito de lógica, claro que sería posible terminar el conflicto. Ojalá llegue un día que podamos decir que ya no hay guerrilla en Colombia", dice. Y tiene a Andrés Felipe, su gran motivo para salir adelante.
El capitán vuelve al momento en que visitó por última vez su hogar en Pitalito, y los recuerdos se revuelcan en su alma. "Estos días que estuve en la casa fue tan difícil… Ver las cosas del niño y de ella… Me encerré. Lloré. Miraba todo… la cama, la ropa. Es muy duro. Sobre todo cuando pienso en Juanito. Hay una foto de él en la habitación y lo veía ahí, con esos ojos grandes mirándome". El capitán llora. Y su mirada insinúa que tal vez no debió haber hecho caso al deseo de su esposa de recibir juntos el año nuevo en Orito.